El 2020 ha sido duro. En eso estamos todos de acuerdo. No obstante, nadie pone en duda el hecho de que la pandemia del COVID-19 pasará a la historia como el momento que marcó un antes y un después en la digitalización de la sociedad.
Una de las caras, precisamente, de esa digitalización es la adaptación de la tecnología 5G a los aspectos más importantes de la vida de cada uno de nosotros. Una de las más importantes, aunque quizá de las menos evidentes, es la adaptación del 5G a la gestión del ciclo del agua y la manera en la que esta tecnología puede beneficiar en la gestión de los recursos hídricos.
Y es que los cambios de generación tecnológica (en pocos años hemos pasado por 2G, 3G, 4G…) han provocado avances significativos para buena parte de las actividades sociales y económicas.
He escuchado a expertos decir que el 5G es la siguiente etapa de la revolución industrial, o incluso la nueva carrera espacial, en ese orden. Sea como fuere, esta nueva tecnología representa un cambio profundo en la manera de diseñar y abordar las redes móviles. Las redes 4G dejaron atrás problemas de conectividad o de acceso a la red, así como velocidad.
El 5G permite solucionar problemas más complejos, más rápido y en mejores condiciones. Desde ahora, las redes serán ultra-flexibles, permitirán conectar un mayor número de dispositivos de baja complejidad a la Red (Internet de las cosas) o disponer de conexiones más robustas, y nos servirán para procesar información en tiempos muy reducidos.
Gracias al 5G veremos el desarrollo de ciudades inteligentes, cirugías remotas, vehículos de conducción autónoma, automatización de procesos y, por supuesto, un mayor control sobre la gestión del agua.
Desde hace tiempo, los especialistas (y yo llevo muchos años en la industria de los sistemas de información y analítica del dato) nos preguntamos: ¿cuáles son los casos de uso que se podrían aplicar en el sector del agua gracias al 5G?
Y es que la versatilidad del 5G, junto con los avances en otras áreas como el de la sensorización, plantean escenarios con múltiples posibilidades, todas ellas muy positivas.
Muchas de las aplicaciones y mejoras que traerá el 5G a la gestión de recursos hídricos estarán relacionados con todo aquello a lo que se le puede conectar un sensor y transformar en datos susceptibles de ser enviados.
Podremos conectar miles de dispositivos (la tecnología llega a soportar 1,000 sensores por kilómetro cuadrado) y contaremos con funcionalidades que permitirán la reducción de los consumos de batería y contar con conexiones robustas y fiables.
Las empresas gestoras de infraestructuras críticas, como son las del agua, podrán aplicar el concepto de “porciones de red” y contar con una infraestructura de comunicaciones “propia”, implantando unos parámetros de calidad sólidos pre-definidos, que pueden resultar de gran importancia a la hora de diseñar y gestionar casos de uso para esas redes de comunicación.
Gracias al “edge computing” podremos definir algoritmos para la toma de decisiones y utilizar sensores para identificar fugas de agua, predecir parámetros de calidad del agua o dotar de cierta autonomía a algunos procesos que se irán haciendo más eficientes con el paso del tiempo, como el machine learning o la inteligencia artificial.
Tendremos capacidad de lograr mayor eficiencia energética y mantener infraestructuras y sistemas de saneamiento con mayores garantías de éxito.
Con el 5G, los operadores podrán brindar soporte técnico de manera remota mediante llamadas de realidad aumentada. Se evitaría así no tener que desplazar físicamente a los expertos. Y por ejemplo en el sector agrario, se podrían emplear vehículos autónomos para la siembra y recolección. ¡Autónomos!
Una adaptación inteligente del 5G, con el objetivo claro de reforzar las infraestructuras hídricas, garantizar el acceso seguro al agua potable y a los sistemas de saneamiento, cambiará, en poco tiempo, la vida de mucha gente.
Ha llegado el momento de definir casos de uso. El 5G permitirá que tengamos un mayor control de los recursos hídricos y que podamos tener una gestión más eficiente del agua.